el
ángel iracundo
espada
en mano
apurando
la
expulsión
tampoco
la boca torcida
ni
las manos muro de carne
en
que se recuesta el dolor
como
para quedarse
o
de pronto
la
transparencia
perdida
del cuerpo
inicio
errático
más
bien la luz
que
se escapa del pórtico
tiras
negras
salivazo
de corto alcance
y
a la zaga
o delante –según se mire–
un
resquicio
mínimo,
irrisorio
por
donde
los
pasos desaparecen
como
el ocre
debajo del musgo
debajo del musgo