De más


Detrás del camastro

ahora lápida

los brazos (en vilo) desdibujan

un aro

que cercena el rostro.

No que falte luz,

todo lo contrario:

del vino de musgo

al paño desteñido

(cuando no el propio cuerpo)

todo chorrea luz

demasiada luz para esta hora

en que la desnudez da

de bruces con la lápida

y el grito del aro

se lo traga el fondo

(como si nada

–o quizás

aquel relieve oscuro

que no se sabe

si puerta o telón)

y hasta la sombra

se pone de azogue.

Que nos den las tinieblas

que todo se borre

detrás del párpado

como ahora la voz

la luz

el cuerpo

–de piedra,

qué otra manera

de salir sin reproche.

Pero una cicatriz salpica

en la espalda y

un bulto de carne

ceñido por un trapo

enjuga la queja con la sábana,

pues sabe que la mancha

que se descuelga del techo

no viene para salvarnos,

todo lo contrario:

acucia

el torso

tieso ya diáfano

gancho de aire las costillas

el musgo cubriendo ya

el rostro

todo salvo

el hueco por dónde exhala

el ánima

(o quién sabe

acaso sea sólo

una mueca

como ahora

aquí

de bruces

la crudeza de la luz).